jueves, 18 de noviembre de 2010

un buen resultado

En Bogotá, es común encontrar  una peluquería en cada esquina. Cuadras llenas de peluquerías en donde ninguna esta vacía y cada una tiene su clientela, hacen de esta profesión un mundo fascinante para explorar.

Existen peluquerías para mascotas, para machos, para niños, para señoras, en fin; un mundo lleno de posibilidades, en donde cada peluquería es diferente, pero al fin y al cabo todas son iguales. Todas son una pequeña comunidad, en donde hay clientes fijos y otros que son pasajeros, en donde para poder convivir 7 días de la semana más de 12 horas diarias es necesario que todos, peluqueros, manicuristas y hasta el que barre el pelo, sean amigos. Las peluquerías son un micro mundo en donde hay especialistas para cada cosa, hay quien pinta el pelo, quien maquilla y quien hace las trenzas; un mundo en donde también hay un jefe distinguible, quien tiene la mayor cantidad de clientes, quien dirige, el que puede decir, péineme este pelo así y cuando pasen 10 minutos láveme acá, un jefe, que es el único que puede coger el cepillo de todos, quien tiene sus propias tijeras o el que compro la caja de maquillaje, en un mundo en donde los objetos, las cosas y los utensilios son casi que el poder. Un mundo en donde para atraer más clientes, se están especializando en un nicho de personas, atrayéndolos bien sea con carritos de juguete o con mujeres en topless, todo depende de la clientela.

Un mundo que nos parece tan banal, y tan estético que pocos nos damos cuenta de su importancia, pocos notamos la cantidad de mujeres cuya autoestima depende de la labor de un peluquero, en donde la imagen de muchos, es el resultado de un confidente con tijeras, peinilla y tinte.

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